Bécquer
se preguntó en una ocasión que qué era la poesía. Por desgracia
se quedó extremadamente escueto. Para mi, todo, absolutamente todo
lo que envuelve nuestra existencia e incluso esta misma no está sino
bordada con los hilos de la poesía. Los que conciben la poesía como
la simple acción de leer unos cuantos versos para intentar encontrar
su parecer en ellos caen en un tremendo y fatal error. La poesía
consiste en sentir todas y cada una de las palabras que componen esos
versos, es escudriñar los pasadizos entre los que se esconden esos
vocablos con la inexorable misión de otorgarles un sentido, una
razón de ser. Pero poesía no se acaba en las líneas.
La
poesía se encuentra en el sentir el preciso instante en el que el
último de los rayos del sol del atardecer muere más allá del
horizonte; es observar inmovil la impasible caída de las postreras
hojas otoñales; saber percibir el agonizante movimiento de las nubes
al son del impasible vendaval; la presencia irrepetible de una
solitaria estrella sobre el firmamento sobre el profundo universo,
que no tiene sino misterios que nunca han de ser descifrados; es el
reflejo de las desgastadas huellas de unos caminantes sin camino, las
cuales no volverán a pisar; es el placer un determinado e
irrepetible acorde de una inolvidable melodía; la esperanza que
sientes al descubrir la luz de una farola alumbrando la penumbra de
una abandonada avenida; es la llegada de un tren cargado de
ilusión que ronda los albores de tu sórdida ciudad; es un recuerdo
que, quieras o no, olvidas y un olvido que, inevitablemente no puedes
evitar recordar; la poesía se personifica en el suave balanceo de
las diminutas briznas de hierba que son procedente de la brisa
veraniega exhalada por los suspiros que estornuda el destino; es la
filosofía una poesía que subsiste a base de argumentos y preguntas;
el odio que sonríe ignorante y el amor que llora suplicando un por
qué incomprendido; la ausencia de lo fácil, la indecisión de lo
complicado...y la tenencia segura de lo imposible; el progresivo
desgaste de una vieja roca muda moldeada por el tiempo, apartada de
la vida y desgastada por los irrefrenables segundos; la amarga
soledad y, en ocasiones, la angustiosa compañía; el primero de los
muchos haces de luz nocturna que la luna nos regala; la visión
casual de una estancia iluminada desde el exterior cuya luz se esfuma
al momento por las traviesas sonrisas de sus irracionales huéspedes;
el sentimiento que invade al individuo al bajar las persianas y dar
por finalizada un dura jornada de trabajo y, por supuesto, la
terrible indecisión de no saber si volveremos a abrir los ojos al
bello despuntar del alba.
Los
sedientos hombros anhelando recibir los dolorosos recuerdos de unos
párpados fatigados de vida procedentes de una infinita amistad,
plasmados en la mayor expresión sincera de tristeza; el arte innato
de mentir;las desdibujadas sombras del pasad,las insufribles formas
del presente...y las siempre borrosas figuras del futuro; la fuerza
que me mantiene caminando, la esperanza que me hace seguir confiando;
la inocencia de la sonrisa de unos niños durante un juego infantil y
esa misma sonrisa reflejada en el rostro de un anciano al progresar
en una vanal partida de dados; un poco de la siempre azarosa y
ansiada fortuna; el ultimo tren que parte hacia un siempre
desconocida parada que no podemos ni deberíamos intentar
averiguar...
Yo,
tú, nosotros...al fin y al cabo...no somos más que misteriosa poesía.
Carlos Masia