No había más sueños que los que lo atrapaban por la noche, no
había más vida que la que tenia entre sus manos, no había más
noches, no habrían más sueños, no habría más dolor.
Cuando miró las estrellas no vio más que puntos blancos en el
cielo que, ahora, después de tanto tiempo, amenazaban con caerse
sobre él. Mañana quizás sería otro día, quizás el mismo, no lo
sabía, si el destino y la casualidad eran la misma persona. ¿Qué
certeza había de que no moriría esa misma noche por cualquier
simpleza? ¿A quién le podría preguntar para estar seguro? ¿A qué
podría rezarle? Se levantaban ráfagas de viento y la hierba, como
un mar verde, se balanceaba creando olas, un temporal, una calma. La
luna en el cielo estaba llena, llena de vacío, su piel blanca
auguraba su propia muerte, fría y distante alumbrando la hierba,
bañándola con su luz, bañando al mar. No sabía lo que sentía,
felicidad, quizás tristeza, melancolía, sueño, miedo, y él se
encontraba solo mirando el cielo y a su lado los vientos se cruzaban
en una danza erótica, y la oscuridad del cielo, como una cuna,
mostraba la inmensidad del universo yaciendo en su interior, sobre la
tierra plana que flotaba a la deriva en un mar infinito como si
mismo. Miles de pensamientos caían como la lluvia sobre él,
millones de preguntas, infinitas preguntas, todas sin respuesta, pero
mañana sería otro día, o el mismo. No lo sabía.
Tan pronto como sintió la luz del sol sobre la cara sintió su
calor, y tan pronto como sintió su calor abrió los ojos y se sentó
con las piernas cruzadas mirando de nuevo al cielo, que ahora estaba
azul como si el mar se hubiese desbordado sobre él, y las crestas de
las olas, en forma de nubes se desplazaban y se arremolinaban como si
las corrientes de agua fluyesen como el aire. Un día precioso,
pensó, pero pronto vendrá la noche y luego volverá el día como si
la propia vida fuese un péndulo que nunca acaba. Abrió su carpeta y
sacó su pluma y su lápiz y un montón de folios, los puso sobre su
regazo y escribió lo que le pasó por la cabeza, lo miró, no tenía
sentido, pero era bello. Un poema que buscaba la eternidad surcando
un papel, la fotografía de un pensamiento traducido a trazos de
tinta, palabras que demostraban que la vida y la muerte no eran más
que sencillos trazos en la historia de la creación. Por esa razón
arrugó el papel, lo mordió, lo desgarró lo hizo trizas, lo
convirtió en pequeños pedazos que ahora surcaban el vacío
envueltos en aire dirigiéndose a su propio destino, con la única
certeza de que nunca volverían a unirse en armonía.
Así murmuraba el poeta las verdades que se le ocurrían y
finalmente, las pasaba al papel, convirtiéndolas en mentira, y así
las mentiras surcaban el cielo buscando nuevos horizontes. Entre
sueños y despertares se sucedían las distintas poesías, todas tan
falsas como la primera. Se levantó y caminó, corrió, cayó, gritó,
sintió el dolor, se estaba volviendo loco. Y así el tiempo pasaba
desapercibido, como si nunca este hubiese existido, como si el frío
lo hubiese congelado. Matar el tiempo, esa fue su idea, buscar la
eternidad, insultar el paso de los segundos, ignorarlo para siempre,
vivir eternamente entre sus sueños y despertares en forma de
palabras. Morir y volver a nacer como un péndulo, como el día y la
noche, el dormir y despertar, el ir y el volver, lo bueno y lo malo,
como un péndulo eran la vida y la muerte, como dos hermanos peleados
entre sí. Nacerá la vida y nacerá la muerte de entre su pecho, y
del pecho de la muerte nacerá la vida, una historia interminable.
Miró sus manos y movió los dedos, los vio como si no fuesen
suyos, como si ellos mismos tuviesen sus antojos, como si ellos
mismos obrasen a su placer, como si ellos dirigiesen su propia
existencia, y finalmente las manos volvieron a ser suyas y las movió
a su antojo, tocó la hierba y la corteza de los árboles y sintió
su vida a través de sus yemas, tocó las piedras, tocó el agua y
sintió su vacío. Se tocó su propia piel y no pudo sentir nada, su
piel se sentía a si misma en dos sentidos opuestos que se anulaban
totalmente, se tocó la cara y no supo si la textura que sentía era
la de sus pómulos o la de sus dedos, así que dejó de intentarlo y
se tumbó.
El tiempo siguió pasando, ya se cansaría de correr ante sus
ojos, ya daría paso a la eternidad, algún día, los segundos se
detendrían y sus respiraciones se acompasarían con el infinito,
algún día el agua se reflejaría en el cielo y así el cielo
dejaría de imitarla, llegaría el día en el que todo cambiaría y
el bien y el mal girarían sobre si mismos, olvidando la importancia
de su ordenación, recordando que la importancia de su orden, en
verdad no tenía importancia. Esperaba ese día con anhelo, en el que
todas las palabras perderían su significado en algún rincón del
olvido.
Allí tumbado le llegó el hambre, y el hambre de la misma manera
volvió a irse, vino la sed y se fue, vino el viento, se fue, vino el
calor, vino el frío, y siguiendo su curso se fueron, tantas visitas
y él poeta se sentía solo. Se sentó y escribió, rompió sus
palabras y murmuró otras, olvidó y recordó y con largos trazos
fotografió su pensamiento. Se fue el sol y volvió la oscuridad,
volvió la luna y la melancolía, el miedo, la felicidad, vino el
amor, vino el dolor, y así como vinieron se fueron marchando, sin
despedirse, por que vinieron sin saludar. Así volvió el día, el
sol y el mar de la hierba había vuelto al cielo. Escribió con tinta
lo que leyó en su sangre, vino el hambre y la sed y se volvieron a
marchar. Pasaron días y noches y entre su vida se sucedieron tantas
y tantas cosas... Vinieron la locura y las alucinaciones, vinieron
para quedarse, escribió y escribió cosas, escribió algo y luego
todo lo contrario, y aun así todo le parecía mentira, rompió sus
palabras y ellas volaron libres, y el tiempo pasó de largo, el frío
lo congeló, el mar se reflejó por fin en el cielo, el bien y el mal
giraron sobre si mismos y se intercambiaron sus papeles una y otra
vez, olvidaron como habían estado al principio, aunque daba igual,
por que su orden ya no tenía importancia, su respiración se
acompasó con el infinito, allí tumbado sobre la hierba vino la
vida, vino y se fue sin despedirse igual que había venido sin
saludar, y entre las ráfagas de viento sus palabras arremolinándose
en el vacío buscando la eternidad.
Carlos Gil