miércoles, 29 de enero de 2014

El poeta

No había más sueños que los que lo atrapaban por la noche, no había más vida que la que tenia entre sus manos, no había más noches, no habrían más sueños, no habría más dolor.

Cuando miró las estrellas no vio más que puntos blancos en el cielo que, ahora, después de tanto tiempo, amenazaban con caerse sobre él. Mañana quizás sería otro día, quizás el mismo, no lo sabía, si el destino y la casualidad eran la misma persona. ¿Qué certeza había de que no moriría esa misma noche por cualquier simpleza? ¿A quién le podría preguntar para estar seguro? ¿A qué podría rezarle? Se levantaban ráfagas de viento y la hierba, como un mar verde, se balanceaba creando olas, un temporal, una calma. La luna en el cielo estaba llena, llena de vacío, su piel blanca auguraba su propia muerte, fría y distante alumbrando la hierba, bañándola con su luz, bañando al mar. No sabía lo que sentía, felicidad, quizás tristeza, melancolía, sueño, miedo, y él se encontraba solo mirando el cielo y a su lado los vientos se cruzaban en una danza erótica, y la oscuridad del cielo, como una cuna, mostraba la inmensidad del universo yaciendo en su interior, sobre la tierra plana que flotaba a la deriva en un mar infinito como si mismo. Miles de pensamientos caían como la lluvia sobre él, millones de preguntas, infinitas preguntas, todas sin respuesta, pero mañana sería otro día, o el mismo. No lo sabía.

Tan pronto como sintió la luz del sol sobre la cara sintió su calor, y tan pronto como sintió su calor abrió los ojos y se sentó con las piernas cruzadas mirando de nuevo al cielo, que ahora estaba azul como si el mar se hubiese desbordado sobre él, y las crestas de las olas, en forma de nubes se desplazaban y se arremolinaban como si las corrientes de agua fluyesen como el aire. Un día precioso, pensó, pero pronto vendrá la noche y luego volverá el día como si la propia vida fuese un péndulo que nunca acaba. Abrió su carpeta y sacó su pluma y su lápiz y un montón de folios, los puso sobre su regazo y escribió lo que le pasó por la cabeza, lo miró, no tenía sentido, pero era bello. Un poema que buscaba la eternidad surcando un papel, la fotografía de un pensamiento traducido a trazos de tinta, palabras que demostraban que la vida y la muerte no eran más que sencillos trazos en la historia de la creación. Por esa razón arrugó el papel, lo mordió, lo desgarró lo hizo trizas, lo convirtió en pequeños pedazos que ahora surcaban el vacío envueltos en aire dirigiéndose a su propio destino, con la única certeza de que nunca volverían a unirse en armonía.

Así murmuraba el poeta las verdades que se le ocurrían y finalmente, las pasaba al papel, convirtiéndolas en mentira, y así las mentiras surcaban el cielo buscando nuevos horizontes. Entre sueños y despertares se sucedían las distintas poesías, todas tan falsas como la primera. Se levantó y caminó, corrió, cayó, gritó, sintió el dolor, se estaba volviendo loco. Y así el tiempo pasaba desapercibido, como si nunca este hubiese existido, como si el frío lo hubiese congelado. Matar el tiempo, esa fue su idea, buscar la eternidad, insultar el paso de los segundos, ignorarlo para siempre, vivir eternamente entre sus sueños y despertares en forma de palabras. Morir y volver a nacer como un péndulo, como el día y la noche, el dormir y despertar, el ir y el volver, lo bueno y lo malo, como un péndulo eran la vida y la muerte, como dos hermanos peleados entre sí. Nacerá la vida y nacerá la muerte de entre su pecho, y del pecho de la muerte nacerá la vida, una historia interminable.

Miró sus manos y movió los dedos, los vio como si no fuesen suyos, como si ellos mismos tuviesen sus antojos, como si ellos mismos obrasen a su placer, como si ellos dirigiesen su propia existencia, y finalmente las manos volvieron a ser suyas y las movió a su antojo, tocó la hierba y la corteza de los árboles y sintió su vida a través de sus yemas, tocó las piedras, tocó el agua y sintió su vacío. Se tocó su propia piel y no pudo sentir nada, su piel se sentía a si misma en dos sentidos opuestos que se anulaban totalmente, se tocó la cara y no supo si la textura que sentía era la de sus pómulos o la de sus dedos, así que dejó de intentarlo y se tumbó.
El tiempo siguió pasando, ya se cansaría de correr ante sus ojos, ya daría paso a la eternidad, algún día, los segundos se detendrían y sus respiraciones se acompasarían con el infinito, algún día el agua se reflejaría en el cielo y así el cielo dejaría de imitarla, llegaría el día en el que todo cambiaría y el bien y el mal girarían sobre si mismos, olvidando la importancia de su ordenación, recordando que la importancia de su orden, en verdad no tenía importancia. Esperaba ese día con anhelo, en el que todas las palabras perderían su significado en algún rincón del olvido.


Allí tumbado le llegó el hambre, y el hambre de la misma manera volvió a irse, vino la sed y se fue, vino el viento, se fue, vino el calor, vino el frío, y siguiendo su curso se fueron, tantas visitas y él poeta se sentía solo. Se sentó y escribió, rompió sus palabras y murmuró otras, olvidó y recordó y con largos trazos fotografió su pensamiento. Se fue el sol y volvió la oscuridad, volvió la luna y la melancolía, el miedo, la felicidad, vino el amor, vino el dolor, y así como vinieron se fueron marchando, sin despedirse, por que vinieron sin saludar. Así volvió el día, el sol y el mar de la hierba había vuelto al cielo. Escribió con tinta lo que leyó en su sangre, vino el hambre y la sed y se volvieron a marchar. Pasaron días y noches y entre su vida se sucedieron tantas y tantas cosas... Vinieron la locura y las alucinaciones, vinieron para quedarse, escribió y escribió cosas, escribió algo y luego todo lo contrario, y aun así todo le parecía mentira, rompió sus palabras y ellas volaron libres, y el tiempo pasó de largo, el frío lo congeló, el mar se reflejó por fin en el cielo, el bien y el mal giraron sobre si mismos y se intercambiaron sus papeles una y otra vez, olvidaron como habían estado al principio, aunque daba igual, por que su orden ya no tenía importancia, su respiración se acompasó con el infinito, allí tumbado sobre la hierba vino la vida, vino y se fue sin despedirse igual que había venido sin saludar, y entre las ráfagas de viento sus palabras arremolinándose en el vacío buscando la eternidad.

Carlos Gil