lunes, 9 de diciembre de 2013

Y un día empieza...

Amanece. Buenos días. Los primeros rayos de un sol insistente en salir cada madrugada atraviesan los entresijos de las ventanas de cualquier estancia de la casa en la que penetran iluminando a las figuras antes oscuras que deseaban que no amaneciera para que una noche eterna que en aquellos instantes poseían perdurase impertérrita al temible paso del tiempo. Pero es hora de empezar un nuevo día. Es hora de parar el despertador y levantarse para afrontar las sorpresas que el destino, siempre confuso, nos deparará para,quien sabe, una gloriosa jornada. Te sientas a la mesa y, con los primeros nutrientes del desayuno, empiezas a vislumbrar tus intenciones para este día que comienza. Y mientras pasan los segundos, mientras eliges las herramientas que facilitarán los fines propuestos para ese día, te preguntas si ese día, si esas 24 horas que te esperan por delante antes de volverte a sumir en un profundo sueño que borre los recuerdos de ese día...te depararán algo que haga que pienses que tu vida es, en esencia, especial del resto de las vidas de la gente que te rodea mientras vas sentado en el autobús mirando por una ventana que recoge las diversas gotas de lluvia que se resbalan a lo largo de un cristal que parece no tener fin. Y las sigues, únicamente para ver su final, su muerte...su injusta desaparición. ¿Qué suerte habrá sido la que ha deparado que sea yo el que mira la gota y no ser la propia gota que ahora ya no existe? El no ser parte de esa intensa lluvia que parece que no va a amainar nunca hace que reflexiones aún más sobre los recuerdos que posees, las vivencias, los sentimientos...sobre, en fin, la vida.

Finalmente llegas a tu destino y sigues completando una rutina que hace que te sientas seguro con lo que en ella hay; pero que también ahonda en ese vacío que sientes, en esa impotencia por no obtener algo que la rompa. Algo que, aunque sabes que depende de ti que ocurra, no te atreves a intentar que pase pues puede que esa alteración te arruine la seguridad que te proporciona esa odiosa rutina, esos mismos objetivos día a día que en el fondo piensas que nunca acabarán. Acabas de trabajar y subes al autobús de vuelta, satisfecho con la faena realizada y pensando que a la larga obtendrás esa recompensa por la que todo lo que estás trabajando cobrará sentido. Y en ese momento de “felicidad” falsa y momentánea te olvidas de las meditaciones anteriores sobre la rutina, pensando que han sido reflexiones infantiles que en este mundo cruel y real no tienen cabida. Bajas del autobús de vuelta y, en el trayecto que ocupa desde el vehículo a tu casa te fijas en que ya ha parado de llover y, sin quererlo, te llega ese adorable perfume que la naturaleza te ofrece de tierra mojada, aromatizada con el perfume que estornudan las flores. Y disfrutas ese momento que crees irrepetible. Además, si te fijas, las palomas que se escondían por la lluvia levantan ahora el vuelo, batiendo sus enérgicas alas hasta encontrar el lugar más idóneo para posarse. Y las observas volar, pareciéndote el ave más majestuosa que hayas visto en largo tiempo. No sabes por qué, pero sonríes.

Al cabo de muchas horas de duro trabajo, llegas a casa, exhausto. Lo único que querrías sería relajarte de la mejor forma que quieras...pero sabes que tienes más trabajo y debes hacerlo. Llega un momento en el que piensas en romper esa rutina, en salir de ese círculo de seguridad y protección y revelarte contra el tedio de trabajar para una sociedad que en el fondo te explota. Piensas que ya está bien, que ya basta de ser un esclavo al servicio del inexorable paso del tiempo. Te merecerías vivir, disfrutar de los segundos, no sufrirlos. Todo esto es muy bonito, pero desgraciadamente solo lo piensas. Te levantas y comienza el trabajo vespertino. Tras varias horas de trabajo frente a la pantalla del ordenador te paras un momento a observar algo que capta tu atención, el color ya rojizo del sol confirmando el atardecer ilumina tu salón y hace que, poco a poco, este astro vaya escondiéndose tras los edificios hasta finalmente desaparecer. La luz ya huye de tu salón y, finalmente, de tu vida.

Acabas al fin el trabajo de hoy y comienzas a preparar la cena, lo último que ingerirás antes de dormir. Al acabar, decides ver las noticias con la esperanzas de que algún hecho increíble e inesperado haya cambiado un mundo horrible y feroz. Pero desgraciadamente solo encuentras malas nuevas...así que decides dejar de tener los ojos abiertos. Llegas a tu cuarto y abres la cama, estancia que albergará tus mejores sueños al igual que tus peores pesadillas. Te fijas en que a través de la ventana que esta mañana dejaste abierta se cuelan sigilosos todos y cada uno de los rayos de una luna llena brillante que reina en la inmensa bóveda celeste nocturna. Deseando que este sea tu último recuerdo, decides dormir. Apagas la luz.

Buenas noches.


Carlos Masia Molina



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