Amanece.
Buenos días. Los primeros rayos de un sol insistente en salir cada
madrugada atraviesan los entresijos de las ventanas de cualquier
estancia de la casa en la que penetran iluminando a las figuras antes
oscuras que deseaban que no amaneciera para que una noche eterna que
en aquellos instantes poseían perdurase impertérrita al temible
paso del tiempo. Pero es hora de empezar un nuevo día. Es hora de
parar el despertador y levantarse para afrontar las sorpresas que el
destino, siempre confuso, nos deparará para,quien sabe, una gloriosa
jornada. Te sientas a la mesa y, con los primeros nutrientes del
desayuno, empiezas a vislumbrar tus intenciones para este día que
comienza. Y mientras pasan los segundos, mientras eliges las
herramientas que facilitarán los fines propuestos para ese día, te
preguntas si ese día, si esas 24 horas que te esperan por delante
antes de volverte a sumir en un profundo sueño que borre los
recuerdos de ese día...te depararán algo que haga que pienses que
tu vida es, en esencia, especial del resto de las vidas de la gente
que te rodea mientras vas sentado en el autobús mirando por una
ventana que recoge las diversas gotas de lluvia que se resbalan a lo
largo de un cristal que parece no tener fin. Y las sigues, únicamente
para ver su final, su muerte...su injusta desaparición. ¿Qué
suerte habrá sido la que ha deparado que sea yo el que mira la gota
y no ser la propia gota que ahora ya no existe? El no ser parte de
esa intensa lluvia que parece que no va a amainar nunca hace que
reflexiones aún más sobre los recuerdos que posees, las vivencias,
los sentimientos...sobre, en fin, la vida.
Finalmente
llegas a tu destino y sigues completando una rutina que hace que te
sientas seguro con lo que en ella hay; pero que también ahonda en
ese vacío que sientes, en esa impotencia por no obtener algo que la
rompa. Algo que, aunque sabes que depende de ti que ocurra, no te
atreves a intentar que pase pues puede que esa alteración te arruine
la seguridad que te proporciona esa odiosa rutina, esos mismos
objetivos día a día que en el fondo piensas que nunca acabarán.
Acabas de trabajar y subes al autobús de vuelta, satisfecho con la
faena realizada y pensando que a la larga obtendrás esa recompensa
por la que todo lo que estás trabajando cobrará sentido. Y en ese
momento de “felicidad” falsa y momentánea te olvidas de las
meditaciones anteriores sobre la rutina, pensando que han sido
reflexiones infantiles que en este mundo cruel y real no tienen
cabida. Bajas del autobús de vuelta y, en el trayecto que ocupa
desde el vehículo a tu casa te fijas en que ya ha parado de llover
y, sin quererlo, te llega ese adorable perfume que la naturaleza te
ofrece de tierra mojada, aromatizada con el perfume que estornudan
las flores. Y disfrutas ese momento que crees irrepetible. Además,
si te fijas, las palomas que se escondían por la lluvia levantan
ahora el vuelo, batiendo sus enérgicas alas hasta encontrar el lugar
más idóneo para posarse. Y las observas volar, pareciéndote el ave
más majestuosa que hayas visto en largo tiempo. No sabes por qué,
pero sonríes.
Al
cabo de muchas horas de duro trabajo, llegas a casa, exhausto. Lo
único que querrías sería relajarte de la mejor forma que
quieras...pero sabes que tienes más trabajo y debes hacerlo. Llega
un momento en el que piensas en romper esa rutina, en salir de ese
círculo de seguridad y protección y revelarte contra el tedio de
trabajar para una sociedad que en el fondo te explota. Piensas que ya
está bien, que ya basta de ser un esclavo al servicio del inexorable
paso del tiempo. Te merecerías vivir, disfrutar de los segundos, no
sufrirlos. Todo esto es muy bonito, pero desgraciadamente solo lo
piensas. Te levantas y comienza el trabajo vespertino. Tras varias
horas de trabajo frente a la pantalla del ordenador te paras un
momento a observar algo que capta tu atención, el color ya rojizo
del sol confirmando el atardecer ilumina tu salón y hace que, poco a
poco, este astro vaya escondiéndose tras los edificios hasta
finalmente desaparecer. La luz ya huye de tu salón y, finalmente, de
tu vida.
Acabas
al fin el trabajo de hoy y comienzas a preparar la cena, lo último
que ingerirás antes de dormir. Al acabar, decides ver las noticias
con la esperanzas de que algún hecho increíble e inesperado haya
cambiado un mundo horrible y feroz. Pero desgraciadamente solo
encuentras malas nuevas...así que decides dejar de tener los ojos
abiertos. Llegas a tu cuarto y abres la cama, estancia que albergará
tus mejores sueños al igual que tus peores pesadillas. Te fijas en
que a través de la ventana que esta mañana dejaste abierta se
cuelan sigilosos todos y cada uno de los rayos de una luna llena
brillante que reina en la inmensa bóveda celeste nocturna. Deseando
que este sea tu último recuerdo, decides dormir. Apagas la luz.
Buenas
noches.
Carlos Masia Molina
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